martes, octubre 03, 2006

Bob Dylan se ha pasado la vida intentando ser como Howe Gelb...

Giant Sand

Howe Gelb

The Band of Blacky Ranchette

Rainer

The Friends of Dean Martinez


Calexico

Giant Sandworms

OP8

A veces la chispa de la mejor creación surge de la fricción de los contrastes, del roce improbable de los aparentes contrarios. Uno de los mejores discos de los últimos tiempos, de los más penetrantes, seductores y enigmáticos, es la colaboración de Howe Gelb con el coro canadiense de gospel Voices of Praise, este “’Sno Angel like you”: un peculiar experimento que concluye con la que parece ser una alquimia perfecta. Y como indicamos, partiendo de absolutos extremos y contrarios.
Por un lado, tenemos el gospel afroamericano: una música exultante, de invitación, colectiva. El Negro Espiritual pretende convertir un sentimiento, el religioso, por naturaleza íntimo, en algo participado, en una suerte de comunión cantada en un tono infeccioso y febril, capaz de sumar fieles y de afianzar a los indecisos. Una música muchas veces prodigiosa, y que ha alimentado el fenómeno indiscutiblemente universal de la mutable música soul y de su misterio. Sinceramente, cuesta imaginar una música más opuesta que “lo” de Howe Gelb.
Si aquél es un discurso expresivo y explosivo, claro, ordenado y rotundo, lo de Gelb viene a ser el más inarticulado y reconcentrado de todos los conocidos. En su música anida siempre la impresión de que es una puerta, abierta de par en par, a un proceso mental que no pretende hacerse entender por el receptor, sino exponerse diáfano y desnudo en su dudoso discurrir: caótico, desordenado, repleto de meandros, de caminos cortados, de opciones inacabadas, de digresiones y silencios. Murmurado por debajo de la respiración, urgente, indomado, veraz, a menudo incomprensible e inexplicable, frente a la comunión inevitable del gospel, la participación de otros en la música de Gelb siempre ha parecido un milagro frágil de pura telepatía.
Sobre este contraste surge el pequeño milagro de este disco. Finalmente, sin que ninguno de los dos elementos ceda excesivo terreno, surge una extraña confluencia de plena naturalidad. Y del mismo modo que las letras torturadas de Gelb parecen ser sometidas al bálsamo de las voces del coro, su retraída expresión se precipita y mezcla con la explosión en los estribillos. El resultado final confiere al disco un tono muy peculiar, entre melancólico y eufórico, que resulta tremendamente reconfortante, creándose así un disco que de modo inevitable sana y purga el espíritu.
Abriendo el disco se nos anima con “Get to Leave”, en la que Gelb muestra distancia con las promesas de un mundo mejor, mientras que el coro no tanto. A continuación, es cuando de verdad se define el disco en la parsimonia de “Paradise Hereabouts”, que en cierto modo resume las esencias. Mientras Gelb describe una letanía apocalíptica para almas maduras medianamente sensibles, sometidas a estos tiempos a la zozobra y el desengaño, por su parte el coro elimina el sarcasmo con el que se nos plantea esa llegada al falso paraíso. Gelb transmite dolor y desesperanza; The Voices of Praise, la irreductible esperanza en la salvación propia del poseedor de una fe inquebrantable e irracional.
Gelb aporta al disco siete temas nuevos, recoge algunas de las joyas del repertorio de Giant Sand (“Get to Leave”,”Robes of Bible Black”, “Neon Filler”, “The Chore of Enchantment”) y tres cortes del difunto Rainer Ptacek (“The Farm”, “That’s How Things Get Done” y “Worried Spirits”), amigo del alma, al que dedicara precisamente “Chore...”. E incluso cuando se trata de cortes conocidos, el nuevo tratamiento les confiere una dimensión desconocida, una nueva y diferente intensidad, haciendo que canciones como “Neon Filler” parezcan nacidas para este disco. Por momentos, semeja como si estando sometidos a un sol de justicia, transitando un árido camino, llegara una refrescante brisa que les permitiera coger nuevas fuerzas, o surgir desde las sombras a una reconfortante luz, en un solo paso. La minimal batería de Jeremy Gara (Arcade Fire) y la prodigiosa slide guitar de Fred Guignion, coloreadas ocasionalmente con teclados como el Hammond del coproductor Dave Draves, son un apoyo mínimo, discreto, para el hermoso despliegue de viento en las velas que proporcionan esas voces empapadas de fervor.
Hay momentos en el que el contraste se aprecia por la extraña contaminación que se produce. Así en “But I Did Not”, uno de los mejores cortes, Gelb masculla obsesivamente la letra, como poseído de ese mismo fervor, pero resuelto de un modo diferente: retraído y retroalimentado. Sin embargo en “Hey Man”, casi todo el peso de una hermosa canción que ofrece redención a un tercero, recae sobre los que parecen los hombros cansados de Gelb, mientras que las voces parecen una oferta adicional de consuelo y apoyo, y esa slide dibuja figuras penetrantes y balsámicas. El primer corte de Ptacek, “The Farm” parece recoger el mismo esquema; sin embargo, cuando el coro irrumpe, todo el peso pivota sobre sus increíbles propiedades curativas, y la herida se sana. Ése es el gran secreto de un disco que sugiere una capacidad catártica, redentora y curativa, desde una discreción y una mesura no exenta de un oculto nervio interno. Con los discos de Gelb, como Giant Sand, o como quiera presentarse, siempre se está sometido a un embrujo lento, pero duradero. Sin embargo, esta vez ofrece una insospechada e infecciosa inmediatez, de la mano de unas voces nacidas desde y para lo inefable, y lo milagroso. Y sí, efectivamente, termina por parecer un pequeño prodigio este disco, capaz de recoger lo mejor de dos mundos sitos en extremos opuestos, y hacerlo aún más grande.


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